ANSIEDAD

La ansiedad no es una enfermedad con un cuadro sintomático único. Existen varios tipos de ansiedad, varias vertientes de esta enfermedad que deben ser conocidas si queremos saber cómo debemos tratar nuestro problema.

 

El TAG (Trastorno de Ansiedad Generalizado) suele ser el más común, pero no el único. Los trastornos obsesivos-compulsivos, las crisis de angustia, la fobia social o los trastornos pos-traumáticos son sólo algunos de estos desordenes que pueden afectar la vida del individuo y que pueden interferir en su quehacer diario. Por esta razón es importante saber reconocer cada tipo de trastorno para poder enfrentarnos a él con la mayor eficacia posible.

 

Trastorno de Ansiedad Generalizado (TAG)

Normalmente cualquier persona puede sentirse puntualmente preocupada por algún problema en concreto que surge en su vida laboral o en el plano personal. Es normal preocuparse si surgen problemas en el ámbito económico o familiar, si tenemos un problema con nuestra salud que nos mantiene en vilo, pero el TAG suele infundir una preocupación casi constante en el individuo que, en la mayoría de casos suele ser poco o nada infundada o excesiva. Mucha gente la sufre después de un acontecimiento importante en su vida laboral o quehacer diario (después de una cita a ciegas, tras una presentación), y también es habitual encontrarla en individuos que han experimentado una pérdida traumática. Pero lo más habitual es que la ansiedad la experimenten personas que esperan o prevén una catástrofe o un peligro próximo, normalmente anticipando desastrosas copnsecuencias  en su salud, su situación económica o sus relaciones personales. Esto hace que el individuo afectado acabe instalándose en un estado constante de inquietud que interfiere en los mencionados ámbitos de su vida y que debe ser reconocido y tratado adecuadamente. Este trastorno puede ser detectado a través de la aparición de  síntomas como el insomnio, fatiga o malestar estomacal.

 

Trastorno obsesivo-compulsivo

Es un  trastorno ansioso caracterizado, principalmente, por pensamientos no deseados y recurrentes. Obsesiones y patrones de conducta que son repetidos constantemente y que finalmente, llevan a la persona a desarrollar un comportamiento compulsivo. Pensamientos, imágenes e ideas que voluntaria o involuntariamente vuelven una y otra vez a la mente del individuo y pueden llegar a convertirse en un verdadero instrumento de tortura para el mismo. En la mayoría de los casos, suelen basarse en hechos poco o nada fundamentados, relacionados con factores como la posibilidad de ser dañados o infectados por alguna enfermedad, haber transmitido esta misma o causado un daño irreparable. Estos pensamientos se repiten en la mente del individuo y son agigantados hasta el punto que este tiene la creencia o certeza de que son ciertos, pese a que pueden no tener ninguna base en absoluto. Los actos o rituales compulsivos son formas de conductas estereotipadas que se repiten una y otra vez. Para el enfermo tienen la función de prevenir ese hecho improbable que implica un daño. Existe una íntima relación entre los pensamientos obsesivos y la depresión. Los enfermos con trastornos obsesivo-compulsivos tienen a menudo síntomas depresivos y en enfermos que sufren un trastorno depresivo recurrente. Asimismo, a menudo se presentan pensamientos obsesivos durante sus episodios de depresión. En el Trastorno Obsesivo-Compulsivo suelen coexistir los pensamientos obsesivos y los actos compulsivos, con lo cual suele ser conveniente para el profesional que trata este Trastorno diferenciarlos y destacar los que predominan. Según esto se puede dar varios tipos de predominancias que deben requerir tratamientos distintos:

  • Predominio de pensamientos o rumiaciones obsesivos. Ideas, imágenes mentales o impulsos a actuar. A pesar de que su contenido es variable, suelen venir acompañados de un malestar subjetivo. La consideración indecisa de alternativas es un elemento importante en las rumiaciones obsesivas.
  • Predominio de actos compulsivos (rituales obsesivos). La mayoría se relacionan con la limpieza (en particular con el lavado de las manos), con comprobaciones repetidas para asegurarse de que se ha evitado una situación potencialmente peligrosa. Estos rituales pueden ocupar muchas horas del día y suelen venir acompañados de una marcada incapacidad de decisión.
  • Con mezcla de pensamientos y actos obsesivos. La mayoría presenta una mixtura de ambos, tanto de pensamientos obsesivos como de comportamientos compulsivos.

Crisis de angustia

También conocidas como ataques de pánico. Las crisis de angustia suelen aparecer inesperadamente. Sin previo aviso, el individuo comienza a sentir un fuerte sentimiento de miedo y angustia creciente que suele venir acompañado de una sensación de mareo y malestar general. Las crisis de angustia pueden provocar incluso el desvanecimiento y no tienen porque estar particularmente relacionadas con un proceso de crisis de la persona. Esta puede ser perfectamente feliz en todos los planos de su existencia y sufrir, repentinamente, una de estas crisis, aparentemente sin razón alguna. Pueden suceder durante una reunión social, cualquier actividad cotidiana o sin importancia y la principal diferencia existente entre estos y la ansiedad en sí misma es la duración y la intensidad: mientras la ansiedad es un proceso acumulativo y creciente en el tiempo (aunque menos intenso), las crisis de angustia o ataques de pánico son cortos, repentinos, pero eminentemente intensos y de una gravedad inmediata. No hay una duración determinada, pero por lo general estas crisis pueden tener una duración de entre 10 y 30 minutos. Suelen clasificarse en tres categorías: crisis de angustia repentinas e inesperadas; aquellas que se desencadenan a raíz de una situación o contexto específicos (por ejemplo, un lugar público atestado de gente); y aquellas que, se dan en esas mismas situaciones, pero con la diferencia que puede pasar tiempo en el transcurso de una actividad antes de que estas se den (por ejemplo, un orador que lleva 15 minutos hablando ante un auditorio, y empieza a manifestar los síntomas de una crisis). Estos dos últimos tipos de crisis de angustia propician que algunos individuos sean capaces de anticiparse a las mismas, evitando las situaciones concretas o lugares que las provocaron anteriormente.

 

Fobias

 Cabe distinguir los miedos habituales, los cuales todos tenemos, de las fobias. Toda persona tiene sus propios pequeños miedos irracionales, desde a ciertos animales a algunas situaciones como subirse a un avión o conducir. Sin embargo, estos miedos pasan a convertirse en fobia desde el mismo momento que, estos son tan intensos que interfieren en el día a día del sujeto.

 

 Trastorno de Ansiedad de Separación

Este trastorno de la ansiedad remite específicamente a los niños. Se trata del miedo y, por ende, el trastorno ansioso que estos pueden desarrollar al verse separados de su madre, padre o aquel familiar o adulto más cercano emocionalmente al niño.

El Trastorno de Ansiedad de Separación es, al contrario que los anteriores tipos de ansiedad mencionados, una fase normal en el crecimiento del niño y no requiere de atención específica fuera de las edades habituales en las que este se suele dar. El niño empieza a desarrollarlo entre los 7 y los 14 meses, aunque puede prolongarse hasta los 18 meses. Los niños en edades preescolares pueden permanecer ansiosos respecto a la falta de esa atención emocional primaria, pero esa ansiedad puede ser fácilmente desviada por la persona al cargo del niño o en los juegos con otros infantes. Generalmente a partir de los 5 años dejan de sentir dicha ansiedad y se sienten confiados y dejan de padecer estrés ante la falta de esa persona a la que se siente afectivamente vinculada de forma indispensable.

 

 Trastorno mixto de ansiedad-depresión

Se trata de un cuadro en el que los síntomas de depresión y ansiedad están presentes pero con una intensidad subsindrómica. Es decir, no alcanzan la intensidad suficiente como para cumplir criterios de trastorno depresivo o de trastorno por ansiedad.

 

Trastorno por estrés postraumático

Surge como respuesta tardía o diferida a un acontecimiento estresante o a una situación (breve o duradera) de naturaleza excepcionalmente amenazante o catastrófica que causaría malestar generalizado en cualquier sujeto que haya sufrido una experiencia similar.

Se trata de un trastorno discapacitante que puede surgir como respuestas a acontecimientos traumáticos tales como violaciones, abusos sexuales, torturas, secuestros, catástrofes naturales, accidentes o muertes traumáticas de seres cercanos. Este trastorno se caracteriza por episodios reiterados de volver a vivenciar el trauma en forma de reviviscencias o sueños que acaban formando un embotamiento emocional. En algunos casos, pueden pasar años hasta que este trastorno presente sus primeras manifestaciones, y en raras ocasiones puede hacerlo a través de estallidos dramáticos y agudos de miedo, pánico o agresividad, desencadenados por estímulos que evocan un repentino recuerdo, una actualización del trauma o de la reacción original frente a él o ambos a la vez. Si las manifestaciones se dan con una tardanza considerable (décadas después), las secuelas de ese estrés devastador pueden desembocar en una neurosis traumática (1).

Según el criterio del DMS-IV (Asociación Americana de Psiquiatría), los criterios para el diagnóstico del estrés postraumático son los siguientes :

  • La persona ha estado expuesta a un acontecimiento traumático en el que han existido 1 y 2:

1. La persona ha experimentado, presenciado o le han explicado uno (o más) acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás

2. La persona ha respondido con un temor, una desesperanza o un horror intensos. Nota: En los niños estas respuestas pueden expresarse en comportamientos desestructurados o agitados

  • Reexperimentación persistente del acontecimiento a través de las siguientes formas:

1. Recuerdos recurrentes e intrusos, imágenes, pensamientos o percepciones que provocan malestar. En niños pequeños esto puede expresarse en juegos repetitivos donde aparecen temas o aspectos característicos del trauma
2. Sueños recurrentes sobre el acontecimiento, que producen malestar. En los niños puede haber sueños terroríficos de contenido irreconocible
3. El individuo actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está ocurriendo (sensación de estar reviviendo la experiencia, ilusiones, alucinaciones y episodios disociativos de flashbacks, incluso los que aparecen al despertarse o al intoxicarse). Los niños pequeños pueden reescenificar el acontecimiento traumático específico
4. Malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático
5. Respuestas fisiológicas al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático

  • Evitación persistente de estímulos asociados al trauma y embotamiento de la reactividad general del individuo (ausente antes del trauma), tal y como indican tres (o más) de los siguientes síntomas:

1. Esfuerzos para evitar pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el suceso traumático
2. Esfuerzos para evitar actividades, lugares o personas que motivan recuerdos del trauma
3. Incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma
4. Reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas
5. Sensación de desapego o enajenación frente a los demás
6. Restricción de la vida afectiva (p. ej., incapacidad para tener sentimientos de amor)
7. Sensación de un futuro desolador (p. ej., no espera obtener un empleo, casarse, formar una familia o, en definitiva, llevar una vida normal)

  • Síntomas persistentes de aumento de la activación arousal (ausente antes del trauma), tal y como indican dos (o más) de los siguientes síntomas:

1. Dificultades para conciliar o mantener el sueño
2. Irritabilidad o ataques de ira
3. Dificultades para concentrarse
4. Hipervigilancia
5. Respuestas exageradas de sobresalto

  • Estas alteraciones (síntomas de los Criterios B, C y D) se prolongan más de 1 mes.
  • Estas alteraciones provocan malestar clínico significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.

Se considera al estrés postraumático como agudo si su duración es inferior a tres meses. En caso de prolongarse tres meses o más, pasa a considerarse un estrés postraumático crónico. Asimismo, será considerado de inicio demorado si han transcurrido más de seis meses entre el acontecimiento traumático y el inicio de los síntomas.

(1) CIE 10. Trastornos mentales y del comportamiento: descripciones clínicas y pautas para el diagnóstico. Madrid: Meditor, 1992. pp 185-186.

 

Raquel Alarcón - Doctoralia.es

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